jueves, 29 de julio de 2010

LAUDES, GUITARRAS, RECUERDOS

No había ningún ruido en la casa, eran esas lánguidas horas de la siesta del sábado, todos dormían o dormitaban a la fresca sombra de la galería y Clara adoraba ese silencio. Sentada en la silla alta delante de la mesa grande del comedor, hamacaba sus piernas que colgaban sin alcanzar el piso, los zapatos en el suelo y los deditos de los pies moviéndose libres, maravillosamente sueltos y sin que ningún adulto la censurase  por esa “desagradable manía de andar siempre descalza” .
Clara miraba los rayos de luz que se filtraban a través de la cortina y caían sobre su cuaderno, se extasiaba viendo la danza de las infinitesimales partículas de polvo que los rayos tornaban visibles, y de tanto en tanto soplaba para producir pequeños huracanes, miniaturas de tormenta, hasta que se restablecía la calma dentro del haz de luz y ella regresaba a sus tareas. Cinco líneas paralelas que contenían corcheas, negras, signos que parecían pequeños insectos y que para ella eran mágicos: eran EL SONIDO, eran su modo de atrapar la música en el papel y fijar las melodías que acudían a su mente en un espacio desde el cual podía conservarlas, retenerlas, recordarlas, guardarlas... No sabía por qué, pero necesitaba atesorarlas.
Sonreía, era feliz. De alguna extraña manera, sabía que muchos años después recordaría esa placidez de los sábados, cuando después del almuerzo nada ni nadie interrumpía su tiempo de introspección, porque a pesar de sus pocos años Clara ya tenía la necesidad de un tiempo para ella sola, parar buscar en el fondo de sí misma la respuesta a los eternos interrogantes : ¿quién soy yo en realidad? ¿qué es lo que soy? ¿qué hay para mí en este mundo?
Se imaginaba “grande”, como los primos que ya casi estaban por cumplir los veinte años, que podían entrar y salir solos de la casa, que no necesitaban permiso de nadie para andar en bici y que en cualquier momento podían realizar la hazaña de cruzar la avenida ( ¡ de doble mano! ) sin que ningún adulto los acompañara. Ella también lo haría, pronto. Aunque no le preocupaba demasiado por ahora transitar libremente por las calles de Florida, porque ella tenía una guitarra, un lápiz negro, y sus papeles pentagramados, y acababa de encontrar en ellos el pasaporte a los más fantásticos viajes: podían trasladarla en el Tiempo, en el Sonido, en la Magia.
Clara tenía entonces ocho años, y había descubierto las transcripciones de las Pavanas para laúd de Gaspar Sanz . 

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