La acción tiene lugar en un balneario
cercano a Viena hacia 1870.
En una casa de una pequeña población con balneario próxima a Viena, viven Gabriel von Eisenstein y Rosalinde, su mujer, atendidos por la joven camarera Adele. Los cónyuges llevan casados un par de años. La acción comienza en el cuarto de estar y comedor de los Eisenstein la tarde del día en que Gabriel tendrá que ingresar en la prisión local, para cumplir el arresto de cinco días que le ha sido impuesto por haber pegado e insultado a un alguacil.
Fuera de la escena se oye el canto del tenor
Alfred, antiguo pretendiente de Rosalinde. En el escenario está sola Adele,
leyendo una carta de su hermana Ida, bailarina de conjunto en la Ópera. Ida
invita a Aólele a ingeniárselas para acudir con ella a la cena de esa noche en
el palacio del príncipe Orlofsky, rico juerguista. Adele suspira y lamenta su
condición de simple camarera; después, sale para intentar ver quién es el dulce
cantor de la calle.
Entra Rosalinde, doblemente preocupada: por
una parte, su marido tiene que ir a la cárcel; por otra, la ha turbado, como
antaño, el canto de Alfred. Adele vuelve e intenta aprovechar la ocasión para,
fingiendo que una vieja tía suya enferma requiere sus cuidados, conseguir que
su señora le dé la noche libre. Rosalinde no accede a la petición, dadas las
especiales circunstancias de este día, y Adele se retira llorando.
Ahora hace aparición Alfred, pues sabe que
Eisenstein va a ser encarcelado, y, a cambio de marcharse por el momento,
consigue que Rosalinde jure que volverá a recibirle cuando su esposo esté ya en
su celda. Éste viene procedente de la calle con su abogado, el Dr. Blind, un
tipo cómico. Eisenstein está furioso, pues, según él, la desafortunada defensa
que ha hecho Blind ha conseguido que, en vez de cinco, sean ocho los días de
arresto. Ambos se intercambian acusaciones e insultos en presencia de la
asombrada Rosalinde, y aún Blind se atreve a exponer todo lo que él puede
hacer, como abogado, en un nuevo proceso. Eisentein acaba expulsándolo a cajas
destempladas.
Rosalinde intenta dar ánimos a su esposo.
Éste ordena a la aún gimoteante Adele que vaya al León de oro y encargue allí
una cena suculenta, pues los magistrados han aceptado que, antes de ingresar en
prisión, Eisenstein pueda despedirse de su esposa. Al salir con el encargo,
Adele comunica que acaba de llegar el Dr. Falke, un notario amigo de
Eisenstein. Mientras Rosalinde va a buscar la ropa más vieja de su marido,
Falke comunica a Eisenstein la invitación a la cena de Orlofsky: el arresto
puede consumarse un poco más tarde, de madrugada. Gabriel es algo donjuanesco y
Falke le tienta con la perspectiva de encontrar allí a la flor y nata de las
jóvenes y coquetas bailarinas de conjunto de la Ópera. De pasada, ambos
recuerdan cierta juerga, tres años atrás, en el baile de máscaras de
Scheelendorf, al que Falke acudió disfrazado de murciélago mientras Eisenstein
lo hacía de mariposa. Falke consigue convencer a su amigo y ambos son
sorprendidos por Rosalinde cuando están marcándose unos pasos de baile.
Los camaradas procuran justificarse y Falke
se marcha, para, como dice, anunciar al Director de la prisión que Eisenstein
irá allí en seguida. Rosalinde traía la ropa vieja pedida por su marido; pero
éste la rechaza ahora y se va a buscar otra. Ahora regresa Adele con una bandeja
en la que se ve lo único que han podido darle en el León de oro: una horrorosa
cabeza de jabalí con un ramillete de rosas en la boca. Vuelve Eisenstein,
vestido impecablemente de etiqueta, lo que justifica diciendo que no quiere
sentirse humillado ante sus compañeros de cárcel. Después, se perfuma y se
despide de Rosalinde y de Adele, y aquélla describe lo que van a ser los
desayunos y las comidas sola, sin su marido.
Nada más marcharse Eisenstein, se cuela en
la casa el expectante Alfred, y lo primero que hace es ponerse la bata y el
gorro de aquél, para por un momento volver a soñar con el paraíso doméstico
perdido. Rosalinde está asustada, pues ya barrunta que Alfred va a quedarse a
dormir. El tenor bebe y canta, invitando a Rosalinde a seguir su ejemplo, y
entona su divisa: “¡Dichoso es quien olvida lo que no puede cambiarse!”. Entre
tanto, llama a la puerta y hace su entrada Frank, el Director de la prisión,
quien viene en persona, pues está invitado a una cena y tiene prisa, a llevarse
a Eisenstein a su “grande y bella pajarera” y darle allí “alojamiento gratis”.
Naturalmente, confunde a su “invitado” con Alfred. Éste intenta aclarar que él
no es Eisenstein; mas Rosalinde le hace ver que la situación es comprometida
para ella. La jocosa descripción que a continuación hace del aspecto doméstico,
la bata, el gorro, los bostezos, etc., de Alfred, que son los propios de todo
esposo, convencen a Frank, quien al fin consigue llevarse al falso Eisenstein
no sin que éste, “si he de ir ya a la cárcel”, se cobre en especie el
sacrificio, besando repetidamente a Rosalinde.
ACTO II
La acción se desarrolla ahora en la lujosa
villa del príncipe Orlofsky, donde se ha congregado ya el grueso de los
invitados, bailarinas de la Ópera, caballeros frívolos, del extravagante
aristócrata, el cual no se deja ver por el momento. Por el jardín vienen las
hermanas Adele e Ida, ésta sumamente asombrada de encontrar allí a aquélla.
Como Ida no ha escrito carta alguna, ambas llegan a la conclusión de que
alguien ha querido reírse de ellas; pero Ida, después de comprobar que Adele,
vestida con un elegante traje de Rosalinde, tiene muy buen aspecto, decide
presentarla como “artista”.
Aparecen ahora Orlofsky y Falke. Aquél es un
joven imberbe que ya ha disfrutado de todo lo que en esta vida puede
conseguirse con dinero y, en consecuencia, se aburre muchísimo, aunque espera
que Falke cumpla hoy su promesa de hacer algo para que él se ría,
concretamente, representar una acción que se llama La venganza del murciélago.
Efectivamente, Falke ha planeado vengarse de Eisenstein, y ahora advierte
complacido que ya está aquí Adele, pues él es el autor de la falsa carta de
Ida. Ésta presenta a Adele como señorita Olga y ambas se dirigen a la sala de
juego, para apostar allí con el contenido de la cartera que les da Orlofsky
para que se lo gasten y procuren perder, pues ganar le parece también
aburridísimo.
Entra Eisenstein, presentado por Falke como
marqués Renard. Sobre la marcha, Falke decide enviar un lacayo para que
Rosalinde venga a comprobar dónde está realmente su marido. Mientras tanto,
Orlofsky explica a Eisenstein lo que llama sus “peculiaridades nacionales”, que
en esencia consisten en que sus invitados hagan lo que quieran siempre que no
se aburran ni rechacen la bebida que se les ofrezca, pues, si no es así, los
pone de patitas en la calle o les tira la botella a la cabeza. Después, el
Príncipe vuelve a lamentarse de su mortal aburrimiento. Regresan Ida y Adele,
naturalmente con la cartera de Orlosfky vacía. Al ver a Adele, Eisenstein se
queda literalmente pasmado, pues esta Olga se parece como una gota de agua a
otra a la camarera de su mujer y, además, lleva un traje de ésta. La falsa Olga
coquetea con él y canta un cuplé, con el que ridiculiza al falso Marqués, ¿pues
cómo es posible que éste la confunda, tan bonita y atractiva como es, con una
simple criada? En este instante es anunciado el caballero Chargrin, esto es,
Frank, el Director de la prisión. Él y Eisenstein hacen de inmediato buenas
migas por aquello de ser “compatriotas”, aunque pronto acaban su repertorio de
francés macarrónico. Empieza ahora a cundir la impaciencia por pasar al
comedor; pero Falke dice que deben aguardar aún a la llegada de una
distinguidísima condesa húngara, quien, como mujer casada, va a venir
enmascarada y de incógnito. La noticia suscita comentarios malévolos de las
féminas presentes y todos, salvo Falke, salen al jardín, para hacer tiempo;
Eisenstein lo hace así mismo, intentando engatusar a Adele con su reloj de
repetición, famoso entre sus amigos como “el reloj de las conquistas”.
Llega Rosalinde con un antifaz grande. La
recibe Falke, quien se apresura a mostrarle a través de las cortinas cómo
flirtean su marido y la camarera; naturalmente, la falsa condesa se sulfura. En
seguida regresan del jardín los dos “franceses” y, al ver a la enmascarada,
Eisentein pide a Frank y a Falke que le dejen solo con ella. Rosalinde insinúa
que ella no es una condesa, sino una artista, lo que anima a Eisenstein a
asegurarse esta conquista con la exhibición de su reloj. Rosalinde finge ser
arrastrada por la pasión, los latidos del corazón se aceleran con la marcha del
reloj, para, en un momento de descuido de su marido, apoderarse del cronómetro,
cosa que ninguna “seducida” había conseguido hasta ahora.
Entran otra vez los invitados y la pícara
Adele pone públicamente en duda que la enmascarada sea húngara. Rosalinde
responde con la mejor demostración posible, con música, y canta unas zardas
inflamadas de fuego patriótico, con las que convence y entusiasma a todos. A
continuación, a petición de la asamblea y con el permiso de Falke, Eisenstein
cuenta la famosa historia del murciélago. Cuando él estaba todavía soltero, al
oír esto Rosalinde lamenta que sus esperanzas se desvanezcan, fue con Falke a
un baile de máscaras, éste vestido de murciélago y él, de mariposa. Eisenstein
hizo beber muchísimo a Falke y lo abandonó, durmiendo la mona, en un
bosquecillo. Cuando Falke se despertó, tuvo que regresar a su casa con un
séquito de pilluelos burlándose de él, y desde entonces el distinguido notario
Dr. Halcón es conocido como Dr. Murciélago. El auditorio se sorprende de que
Falke no se haya vengado hasta ahora: Eisenstien presume de permanecer en
guardia, por si acaso, pero Falke insinúa que aún está por ver quién será al
final el guasón mayor.
Comienza la opípara cena. Los invitados se
han sentado a la mesa por parejas, salvo Orlofsky quien brinda por el rey de
los vinos, Su Majestad Champán Primero; al brindis se suman Eisenstein y Adele
coreados por todos. La bebida produce efecto y Flake propone que todos se
tuteen y formen una “hermandad de hermanitos y hermanitas”. Sigue el “ballet”,
que consta de cinco danzas: española, escocesa, rusa, bohemia y zíngara; pero
Orlofsky propone que los invitados mismos bailen lo mejor de todo, el vals. En
plena euforia, Eisenstein intenta que la bella enmascarada retire de su rostro
el antifaz; mas en el momento de mayor apremio, el gran reloj de pared que hay
en la sala deja sonar seis campanadas. Eisenstein y Frank se sobresaltan. Es ya
tardísimo. Ambos deciden marcharse juntos y despedirse en la esquina más
próxima. Cuando salen, les sigue el canto placentero de quienes se quedan:
“¡Ah, qué fiesta, qué noche llena de alegría!”. Orlofsky está feliz y por fin
ríe a sus anchas.
ACTO III
El despacho del Director de la prisión.
Fuera se oye canturrear a Alfred. Entra el carcelero, Frosch, con una lámpara y
el descomunal manojo de llaves acreditativo de su cargo. Es un viejo borrachín,
de aspecto cómico. En su monólogo descubre que él y el Director son nuevos en
este instituto, un lugar divertido, pues siempre se oye en él música. También
hace la alabanza del aguardiente de ciruelas local y se marcha al interior de
la cárcel.
Entra Frank con una resaca tremenda. Da
pasos de baile, recuerda a Olga y a Ida, también al marqués Renard busca el
servicio de té, bebe agua, se sienta, abre un periódico y se duerme. Así le
sorprende Frosch, quien viene a comunicar que el preso de la celda número 12,
Alfred como falso Eisenstein, exige un abogado; Frosch ha hecho venir al Dr.
Blind, quien le ha sido recomendado. Llaman a la puerta de la calle y Frosch va
a la ventana, describiendo una ese. Desde allí ve a dos damas. Frank le dice
que vaya abajo, a abrir, y Frosch sale aún más convencido de que una prisión
tal, adonde las damas vienen ya tan temprano, es un lugar divertido.
Frosch reaparece en seguida, para anunciar
que las damas quieren ver al caballero Chargrin. Las jóvenes son Ida y Adele,
cuya presencia allí asombra a Frank. Ida revela que su hermana no es la
pretendida artista de la fiesta antecedente, sino la camarera del señor von
Eisenstein ambas vienen a pedir al caballero que interceda no para que
Rosalinde readmita a Adele, sino para que le regale el traje que ésta lleva.
Además, Adele aspira a dedicarse al teatro, y el caballero Chargrin podría ser
su “benefactor” y correr con los gastos de su educación artística. Para
demostrar su talento, representa consecutivamente a una campesina, a una reina
y a una dama de París casada con un marqués, pero que acaba cayendo en brazos
de un conde joven y apuesto. Frank está encantado; pero antes de que pueda
decidirse, llaman de nuevo a la puerta de la calle y él mismo ve ahora desde la
ventana que abajo está el marqués Renard. Ordena a Frosch que se lleve a las
damas a otra habitación, “sólo tengo libre aún el número 13” , comenta el carcelero, y él
mismo va a abrir la puerta.
Cuando entra Eisenstein, Frank le invita a
considerarse en su casa y descubre que él no es el caballero Chargrin, sino el
Director de la prisión. Como Eisenstein no le cree, Frank llama a Frosch y le
ordena que detenga al Marqués. La respuesta del carcelero es contundente, en un
abrir y cerrar de ojos esposa a Eisenstein y hasta saca del bolsillo una
cadena. La demostración convence al falso Marqués, quien vuelve a quedar libre
en cuanto Frank lo dispone así. Mas ahora viene la recíproca: Eisenstein revela
su verdadera personalidad y dice venir a cumplir el arresto; eso sí, ruega a su
amigo que le asigne una celda individual. Frank se echa a reír: su amigo no
puede ser Eisenstein por la sencilla razón de que éste ocupa ya la celda número
12; además, él mismo lo halló cenando con su esposa y lo ha conducido a la
prisión vestido aún con la bata y el gorro domésticos.
Eisenstein está asombrado, cuando otra vez
entra Frosch para anunciar la llegada de una tercera dama, completamente velada
pero con buena figura. Frank sale a recibirla. Eisenstein se queda solo, hecho
un mar de confusiones. Vuelve Frosch ahora en compañía del Dr. Blind, y vuelve
a salir para ir a recoger al presunto Eisenstein. El auténtico se enfurece y,
para averiguar qué sucede con su otro yo, exige al abogado que le entregue su
atavío, toga, peluca, gafas, legajos, y lo empuja afuera: así, cuando entran,
Frosch y Alfred encuentran vacío el despacho. Frosch se va y Alfred expresa su
fastidio y lo enojoso de la situación en que se halla; pero su rostro se
ilumina cuando ve entrar a Rosalinde. Ésta se deja de circunloquios y ternezas.
Naturalmente, no conoce los últimos acontecimientos; así, quiere que Alfred
desaparezca antes de que se presente Eisenstein. Alfred sugiere que les
aconseje el abogado que está a punto de llegar.
Así ocurre, el abogado entra; mas no es otro
que Eisenstein con el aspecto de Blind. Rosalinde y Adele le exponen su caso,
la situación, las circunstancias, el azar... El enfurecido Eisenstein está a
punto de descubrirse, pues sus reacciones son apasionadas y su tono, exigente y
amenazador. Como Rosalinde empieza a sospechar que el abogado simpatiza con su
marido, describe a éste como un monstruo y declara lo que va a hacer con él en
cuanto se deje ver por el domicilio conyugal: arañarlo, primero, y separarse de
él, después. Mas el vaso de la paciencia de Eisenstein se colma cuando el
descarado Alfred pide al abogado un medio para dejar al marido “con un palmo de
narices”. Aquí estalla el ofendido, se arranca el disfraz y clama venganza;
claro que Rosalinde no se queda a la zaga, en tanto que Alfred se divierte
contemplando la cólera de los dos engañados.
El alboroto va en aumento. Alfred pretende
que Eisenstein cumpla los siete días de arresto que aún quedan. Éste se niega.
Frank no quiere verse en el caso de encarcelar a su amigo y “compatriota”.
Frosch viene seguido por Ida y Adele, sublevadas al haberse visto llevadas a
una celda. Frank echa la culpa al carcelero y pide a Adele que testifique
quiénes son el caballero y la dama: “El señor von Eisenstein y mi ex señora”,
dice la camarera. Pero como Eisenstein no acepta a tal testigo, se hace necesario
llamar a otros. Se abre la puerta principal del despacho y entran Falke,
Orlofsky y los invitados a la cena del Príncipe. Todos, incluidos Rosalinde
Adele, Ida y Frank, ruegan al murciélago que suelte ya a su víctima, pues ésta
ha pagado su deuda con creces. Eisenstein solicita una explicación. Falke le
dice que todo ha sido una broma organizada por él. Todos declaran haber
participado en ella. El asunto de la cena de Rosalinde y Alfred fue una
invención, y la bata, sólo parte del atrezo. Alfred le comenta en voz baja a
Orlofsky que la cosa no fue exactamente así, pero que más vale dejar a
Eisenstein con esta verdad a medias.
Adele pregunta qué pasa con ella. Frank la
invita a quedarse arrestada, para que él, “como amigo y padre”, la haga educar
para el teatro; pero el príncipe, en cuanto mecenas del arte, no está dispuesto
a dejar escapar este talento. Eisenstein pide perdón a Rosalinde; la culpa la
tuvo el champán. Rosalinde lo alaba por su parte, pues el champán le ha
mostrado con claridad que su esposo la ama y está arrepentido. Después invita a
todos a brindar con ella con el Rey de todos los vinos, la Majestad reconocida
dondequiera, el grande y magnífico Champán Primero.