martes, 12 de noviembre de 2013

El Murciélago : Argumento




La acción tiene lugar en un balneario cercano a Viena hacia 1870.


En una casa de una pequeña población con balneario próxima a Viena, viven Gabriel von Eisenstein y Rosalinde, su mujer, atendidos por la joven camarera Adele. Los cónyuges llevan casados un par de años. La acción comienza en el cuarto de estar y comedor de los Eisenstein la tarde del día en que Gabriel tendrá que ingresar en la prisión local, para cumplir el arresto de cinco días que le ha sido impuesto por haber pegado e insultado a un alguacil.
Fuera de la escena se oye el canto del tenor Alfred, antiguo pretendiente de Rosalinde. En el escenario está sola Adele, leyendo una carta de su hermana Ida, bailarina de conjunto en la Ópera. Ida invita a Aólele a ingeniárselas para acudir con ella a la cena de esa noche en el palacio del príncipe Orlofsky, rico juerguista. Adele suspira y lamenta su condición de simple camarera; después, sale para intentar ver quién es el dulce cantor de la calle.
Entra Rosalinde, doblemente preocupada: por una parte, su marido tiene que ir a la cárcel; por otra, la ha turbado, como antaño, el canto de Alfred. Adele vuelve e intenta aprovechar la ocasión para, fingiendo que una vieja tía suya enferma requiere sus cuidados, conseguir que su señora le dé la noche libre. Rosalinde no accede a la petición, dadas las especiales circunstancias de este día, y Adele se retira llorando.
Ahora hace aparición Alfred, pues sabe que Eisenstein va a ser encarcelado, y, a cambio de marcharse por el momento, consigue que Rosalinde jure que volverá a recibirle cuando su esposo esté ya en su celda. Éste viene procedente de la calle con su abogado, el Dr. Blind, un tipo cómico. Eisenstein está furioso, pues, según él, la desafortunada defensa que ha hecho Blind ha conseguido que, en vez de cinco, sean ocho los días de arresto. Ambos se intercambian acusaciones e insultos en presencia de la asombrada Rosalinde, y aún Blind se atreve a exponer todo lo que él puede hacer, como abogado, en un nuevo proceso. Eisentein acaba expulsándolo a cajas destempladas.
Rosalinde intenta dar ánimos a su esposo. Éste ordena a la aún gimoteante Adele que vaya al León de oro y encargue allí una cena suculenta, pues los magistrados han aceptado que, antes de ingresar en prisión, Eisenstein pueda despedirse de su esposa. Al salir con el encargo, Adele comunica que acaba de llegar el Dr. Falke, un notario amigo de Eisenstein. Mientras Rosalinde va a buscar la ropa más vieja de su marido, Falke comunica a Eisenstein la invitación a la cena de Orlofsky: el arresto puede consumarse un poco más tarde, de madrugada. Gabriel es algo donjuanesco y Falke le tienta con la perspectiva de encontrar allí a la flor y nata de las jóvenes y coquetas bailarinas de conjunto de la Ópera. De pasada, ambos recuerdan cierta juerga, tres años atrás, en el baile de máscaras de Scheelendorf, al que Falke acudió disfrazado de murciélago mientras Eisenstein lo hacía de mariposa. Falke consigue convencer a su amigo y ambos son sorprendidos por Rosalinde cuando están marcándose unos pasos de baile.
Los camaradas procuran justificarse y Falke se marcha, para, como dice, anunciar al Director de la prisión que Eisenstein irá allí en seguida. Rosalinde traía la ropa vieja pedida por su marido; pero éste la rechaza ahora y se va a buscar otra. Ahora regresa Adele con una bandeja en la que se ve lo único que han podido darle en el León de oro: una horrorosa cabeza de jabalí con un ramillete de rosas en la boca. Vuelve Eisenstein, vestido impecablemente de etiqueta, lo que justifica diciendo que no quiere sentirse humillado ante sus compañeros de cárcel. Después, se perfuma y se despide de Rosalinde y de Adele, y aquélla describe lo que van a ser los desayunos y las comidas sola, sin su marido.
Nada más marcharse Eisenstein, se cuela en la casa el expectante Alfred, y lo primero que hace es ponerse la bata y el gorro de aquél, para por un momento volver a soñar con el paraíso doméstico perdido. Rosalinde está asustada, pues ya barrunta que Alfred va a quedarse a dormir. El tenor bebe y canta, invitando a Rosalinde a seguir su ejemplo, y entona su divisa: “¡Dichoso es quien olvida lo que no puede cambiarse!”. Entre tanto, llama a la puerta y hace su entrada Frank, el Director de la prisión, quien viene en persona, pues está invitado a una cena y tiene prisa, a llevarse a Eisenstein a su “grande y bella pajarera” y darle allí “alojamiento gratis”. Naturalmente, confunde a su “invitado” con Alfred. Éste intenta aclarar que él no es Eisenstein; mas Rosalinde le hace ver que la situación es comprometida para ella. La jocosa descripción que a continuación hace del aspecto doméstico, la bata, el gorro, los bostezos, etc., de Alfred, que son los propios de todo esposo, convencen a Frank, quien al fin consigue llevarse al falso Eisenstein no sin que éste, “si he de ir ya a la cárcel”, se cobre en especie el sacrificio, besando repetidamente a Rosalinde.
ACTO II
La acción se desarrolla ahora en la lujosa villa del príncipe Orlofsky, donde se ha congregado ya el grueso de los invitados, bailarinas de la Ópera, caballeros frívolos, del extravagante aristócrata, el cual no se deja ver por el momento. Por el jardín vienen las hermanas Adele e Ida, ésta sumamente asombrada de encontrar allí a aquélla. Como Ida no ha escrito carta alguna, ambas llegan a la conclusión de que alguien ha querido reírse de ellas; pero Ida, después de comprobar que Adele, vestida con un elegante traje de Rosalinde, tiene muy buen aspecto, decide presentarla como “artista”.
Aparecen ahora Orlofsky y Falke. Aquél es un joven imberbe que ya ha disfrutado de todo lo que en esta vida puede conseguirse con dinero y, en consecuencia, se aburre muchísimo, aunque espera que Falke cumpla hoy su promesa de hacer algo para que él se ría, concretamente, representar una acción que se llama La venganza del murciélago. Efectivamente, Falke ha planeado vengarse de Eisenstein, y ahora advierte complacido que ya está aquí Adele, pues él es el autor de la falsa carta de Ida. Ésta presenta a Adele como señorita Olga y ambas se dirigen a la sala de juego, para apostar allí con el contenido de la cartera que les da Orlofsky para que se lo gasten y procuren perder, pues ganar le parece también aburridísimo.
Entra Eisenstein, presentado por Falke como marqués Renard. Sobre la marcha, Falke decide enviar un lacayo para que Rosalinde venga a comprobar dónde está realmente su marido. Mientras tanto, Orlofsky explica a Eisenstein lo que llama sus “peculiaridades nacionales”, que en esencia consisten en que sus invitados hagan lo que quieran siempre que no se aburran ni rechacen la bebida que se les ofrezca, pues, si no es así, los pone de patitas en la calle o les tira la botella a la cabeza. Después, el Príncipe vuelve a lamentarse de su mortal aburrimiento. Regresan Ida y Adele, naturalmente con la cartera de Orlosfky vacía. Al ver a Adele, Eisenstein se queda literalmente pasmado, pues esta Olga se parece como una gota de agua a otra a la camarera de su mujer y, además, lleva un traje de ésta. La falsa Olga coquetea con él y canta un cuplé, con el que ridiculiza al falso Marqués, ¿pues cómo es posible que éste la confunda, tan bonita y atractiva como es, con una simple criada? En este instante es anunciado el caballero Chargrin, esto es, Frank, el Director de la prisión. Él y Eisenstein hacen de inmediato buenas migas por aquello de ser “compatriotas”, aunque pronto acaban su repertorio de francés macarrónico. Empieza ahora a cundir la impaciencia por pasar al comedor; pero Falke dice que deben aguardar aún a la llegada de una distinguidísima condesa húngara, quien, como mujer casada, va a venir enmascarada y de incógnito. La noticia suscita comentarios malévolos de las féminas presentes y todos, salvo Falke, salen al jardín, para hacer tiempo; Eisenstein lo hace así mismo, intentando engatusar a Adele con su reloj de repetición, famoso entre sus amigos como “el reloj de las conquistas”.
Llega Rosalinde con un antifaz grande. La recibe Falke, quien se apresura a mostrarle a través de las cortinas cómo flirtean su marido y la camarera; naturalmente, la falsa condesa se sulfura. En seguida regresan del jardín los dos “franceses” y, al ver a la enmascarada, Eisentein pide a Frank y a Falke que le dejen solo con ella. Rosalinde insinúa que ella no es una condesa, sino una artista, lo que anima a Eisenstein a asegurarse esta conquista con la exhibición de su reloj. Rosalinde finge ser arrastrada por la pasión, los latidos del corazón se aceleran con la marcha del reloj, para, en un momento de descuido de su marido, apoderarse del cronómetro, cosa que ninguna “seducida” había conseguido hasta ahora.
Entran otra vez los invitados y la pícara Adele pone públicamente en duda que la enmascarada sea húngara. Rosalinde responde con la mejor demostración posible, con música, y canta unas zardas inflamadas de fuego patriótico, con las que convence y entusiasma a todos. A continuación, a petición de la asamblea y con el permiso de Falke, Eisenstein cuenta la famosa historia del murciélago. Cuando él estaba todavía soltero, al oír esto Rosalinde lamenta que sus esperanzas se desvanezcan, fue con Falke a un baile de máscaras, éste vestido de murciélago y él, de mariposa. Eisenstein hizo beber muchísimo a Falke y lo abandonó, durmiendo la mona, en un bosquecillo. Cuando Falke se despertó, tuvo que regresar a su casa con un séquito de pilluelos burlándose de él, y desde entonces el distinguido notario Dr. Halcón es conocido como Dr. Murciélago. El auditorio se sorprende de que Falke no se haya vengado hasta ahora: Eisenstien presume de permanecer en guardia, por si acaso, pero Falke insinúa que aún está por ver quién será al final el guasón mayor.
Comienza la opípara cena. Los invitados se han sentado a la mesa por parejas, salvo Orlofsky quien brinda por el rey de los vinos, Su Majestad Champán Primero; al brindis se suman Eisenstein y Adele coreados por todos. La bebida produce efecto y Flake propone que todos se tuteen y formen una “hermandad de hermanitos y hermanitas”. Sigue el “ballet”, que consta de cinco danzas: española, escocesa, rusa, bohemia y zíngara; pero Orlofsky propone que los invitados mismos bailen lo mejor de todo, el vals. En plena euforia, Eisenstein intenta que la bella enmascarada retire de su rostro el antifaz; mas en el momento de mayor apremio, el gran reloj de pared que hay en la sala deja sonar seis campanadas. Eisenstein y Frank se sobresaltan. Es ya tardísimo. Ambos deciden marcharse juntos y despedirse en la esquina más próxima. Cuando salen, les sigue el canto placentero de quienes se quedan: “¡Ah, qué fiesta, qué noche llena de alegría!”. Orlofsky está feliz y por fin ríe a sus anchas.
ACTO III
El despacho del Director de la prisión. Fuera se oye canturrear a Alfred. Entra el carcelero, Frosch, con una lámpara y el descomunal manojo de llaves acreditativo de su cargo. Es un viejo borrachín, de aspecto cómico. En su monólogo descubre que él y el Director son nuevos en este instituto, un lugar divertido, pues siempre se oye en él música. También hace la alabanza del aguardiente de ciruelas local y se marcha al interior de la cárcel.
Entra Frank con una resaca tremenda. Da pasos de baile, recuerda a Olga y a Ida, también al marqués Renard busca el servicio de té, bebe agua, se sienta, abre un periódico y se duerme. Así le sorprende Frosch, quien viene a comunicar que el preso de la celda número 12, Alfred como falso Eisenstein, exige un abogado; Frosch ha hecho venir al Dr. Blind, quien le ha sido recomendado. Llaman a la puerta de la calle y Frosch va a la ventana, describiendo una ese. Desde allí ve a dos damas. Frank le dice que vaya abajo, a abrir, y Frosch sale aún más convencido de que una prisión tal, adonde las damas vienen ya tan temprano, es un lugar divertido.
Frosch reaparece en seguida, para anunciar que las damas quieren ver al caballero Chargrin. Las jóvenes son Ida y Adele, cuya presencia allí asombra a Frank. Ida revela que su hermana no es la pretendida artista de la fiesta antecedente, sino la camarera del señor von Eisenstein ambas vienen a pedir al caballero que interceda no para que Rosalinde readmita a Adele, sino para que le regale el traje que ésta lleva. Además, Adele aspira a dedicarse al teatro, y el caballero Chargrin podría ser su “benefactor” y correr con los gastos de su educación artística. Para demostrar su talento, representa consecutivamente a una campesina, a una reina y a una dama de París casada con un marqués, pero que acaba cayendo en brazos de un conde joven y apuesto. Frank está encantado; pero antes de que pueda decidirse, llaman de nuevo a la puerta de la calle y él mismo ve ahora desde la ventana que abajo está el marqués Renard. Ordena a Frosch que se lleve a las damas a otra habitación, “sólo tengo libre aún el número 13”, comenta el carcelero, y él mismo va a abrir la puerta.
Cuando entra Eisenstein, Frank le invita a considerarse en su casa y descubre que él no es el caballero Chargrin, sino el Director de la prisión. Como Eisenstein no le cree, Frank llama a Frosch y le ordena que detenga al Marqués. La respuesta del carcelero es contundente, en un abrir y cerrar de ojos esposa a Eisenstein y hasta saca del bolsillo una cadena. La demostración convence al falso Marqués, quien vuelve a quedar libre en cuanto Frank lo dispone así. Mas ahora viene la recíproca: Eisenstein revela su verdadera personalidad y dice venir a cumplir el arresto; eso sí, ruega a su amigo que le asigne una celda individual. Frank se echa a reír: su amigo no puede ser Eisenstein por la sencilla razón de que éste ocupa ya la celda número 12; además, él mismo lo halló cenando con su esposa y lo ha conducido a la prisión vestido aún con la bata y el gorro domésticos.
Eisenstein está asombrado, cuando otra vez entra Frosch para anunciar la llegada de una tercera dama, completamente velada pero con buena figura. Frank sale a recibirla. Eisenstein se queda solo, hecho un mar de confusiones. Vuelve Frosch ahora en compañía del Dr. Blind, y vuelve a salir para ir a recoger al presunto Eisenstein. El auténtico se enfurece y, para averiguar qué sucede con su otro yo, exige al abogado que le entregue su atavío, toga, peluca, gafas, legajos, y lo empuja afuera: así, cuando entran, Frosch y Alfred encuentran vacío el despacho. Frosch se va y Alfred expresa su fastidio y lo enojoso de la situación en que se halla; pero su rostro se ilumina cuando ve entrar a Rosalinde. Ésta se deja de circunloquios y ternezas. Naturalmente, no conoce los últimos acontecimientos; así, quiere que Alfred desaparezca antes de que se presente Eisenstein. Alfred sugiere que les aconseje el abogado que está a punto de llegar.
Así ocurre, el abogado entra; mas no es otro que Eisenstein con el aspecto de Blind. Rosalinde y Adele le exponen su caso, la situación, las circunstancias, el azar... El enfurecido Eisenstein está a punto de descubrirse, pues sus reacciones son apasionadas y su tono, exigente y amenazador. Como Rosalinde empieza a sospechar que el abogado simpatiza con su marido, describe a éste como un monstruo y declara lo que va a hacer con él en cuanto se deje ver por el domicilio conyugal: arañarlo, primero, y separarse de él, después. Mas el vaso de la paciencia de Eisenstein se colma cuando el descarado Alfred pide al abogado un medio para dejar al marido “con un palmo de narices”. Aquí estalla el ofendido, se arranca el disfraz y clama venganza; claro que Rosalinde no se queda a la zaga, en tanto que Alfred se divierte contemplando la cólera de los dos engañados.
El alboroto va en aumento. Alfred pretende que Eisenstein cumpla los siete días de arresto que aún quedan. Éste se niega. Frank no quiere verse en el caso de encarcelar a su amigo y “compatriota”. Frosch viene seguido por Ida y Adele, sublevadas al haberse visto llevadas a una celda. Frank echa la culpa al carcelero y pide a Adele que testifique quiénes son el caballero y la dama: “El señor von Eisenstein y mi ex señora”, dice la camarera. Pero como Eisenstein no acepta a tal testigo, se hace necesario llamar a otros. Se abre la puerta principal del despacho y entran Falke, Orlofsky y los invitados a la cena del Príncipe. Todos, incluidos Rosalinde Adele, Ida y Frank, ruegan al murciélago que suelte ya a su víctima, pues ésta ha pagado su deuda con creces. Eisenstein solicita una explicación. Falke le dice que todo ha sido una broma organizada por él. Todos declaran haber participado en ella. El asunto de la cena de Rosalinde y Alfred fue una invención, y la bata, sólo parte del atrezo. Alfred le comenta en voz baja a Orlofsky que la cosa no fue exactamente así, pero que más vale dejar a Eisenstein con esta verdad a medias.

Adele pregunta qué pasa con ella. Frank la invita a quedarse arrestada, para que él, “como amigo y padre”, la haga educar para el teatro; pero el príncipe, en cuanto mecenas del arte, no está dispuesto a dejar escapar este talento. Eisenstein pide perdón a Rosalinde; la culpa la tuvo el champán. Rosalinde lo alaba por su parte, pues el champán le ha mostrado con claridad que su esposo la ama y está arrepentido. Después invita a todos a brindar con ella con el Rey de todos los vinos, la Majestad reconocida dondequiera, el grande y magnífico Champán Primero.

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