jueves, 31 de mayo de 2012

Los tres máximos exponentes del Siglo de Oro Italiano



Gioacchino Antonio Rossini

(Pésaro, actual Italia, 1792-París, 1868) Compositor italiano. Situado cronológicamente entre los últimos grandes representantes de la ópera napolitana (Cimarosa y Paisiello) y los primeros de la romántica (Bellini y Donizetti), Rossini ocupa un lugar preponderante en el repertorio lírico italiano gracias a óperas bufas como Il barbiere di Siviglia, La Cenerentola o L’italiana in Algeri, que le han dado fama universal, eclipsando otros títulos no menos valiosos.

Hijo de un trompetista del municipio de Pésaro que colaboraba con las orquestas de los teatros de la provincia, y de una soprano que llevó a cabo una corta carrera como seconda donna, la existencia de Rossini se vio ligada, desde la infancia, al universo operístico. Alumno del Liceo Musical de Bolonia desde 1806, en esta institución tuvo como maestro de contrapunto al padre Mattei y entró en contacto con la producción sinfónica de los clásicos vieneses, Mozart y Haydn, que ejercerían una notable influencia en la fisonomía instrumental de sus grandes óperas, de una riqueza tímbrica y de recursos (los célebres y característicos crescendi rossinianos) desconocidos en la Italia de su tiempo.
Tras varias óperas escritas según el modelo serio (Demetrio e Polibio, Ciro in Babilonia), ya en decadencia, y bufo (La cambiale di matrimonio, L’inganno felice), sin excesivas innovaciones, el genio de Rossini empezó a manifestarse en toda su grandeza a partir de 1813, año del estreno de Il signor Bruschino.
Dotado de una gran facilidad para la composición, los títulos fueron sucediéndose uno tras otro sin pausa (llegó a estrenar hasta cuatro obras en el mismo año). En París, ciudad en la que se estableció en 1824, compuso y dio a conocer la que iba a ser su última partitura para la escena, Guglielmo Tell (1829). A pesar de su éxito, el compositor abandonó por completo –cuando contaba treinta y siete años y por razones desconocidas– el cultivo de la ópera.

Gaetano Donizetti

Donizetti nació en el sótano de una casa, en Bergamo, en el año 1797. Hijo de Domenico Gaetano y Maria, tuvo la buena fortuna de haber sido acogido por Johann Simon Mayr, Maestro di Capella de la ciudad de Lombard, quien lo educó, protegió y lo envió a estudiar música bajo la instrucción del renombrado Padre Stanlislao Mattei en Bologna.

Deslumbrado por esta transformación y al principio devoto de la música religiosa, el joven Donizetti sólo soñaba con presentarse en un escenario. Tal vez desconfiando de su destino, comenzó lentamente a abandonar las formas, las farsas y los trabajos poco serios con los cuales inició su carrera operística. Establecido en Nápoles desde 1822, entre 1820 y 1830 él infatigablemente intentó ofrecer todo tipo de óperas en la península, a veces con éxitos fugaces como Zoraida di Granata (1822) y La zingara (1822)], otras veces con miserables fracasos como Chiara e Serafina (1822) y Alfredo il grande (1823)], pero siempre implacablemente profesionales. Gaetano jamás dejaba ningún detalle sin retocar.
Comunicativo, bondadoso y pródigo, Donizetti estuvo siempre en su escritorio, indiferente o inconsciente de los celos que lo rodeaban, en un año escribió dos o tres óperas de un alto perfil, junto con cantatas, misas y motetes, satisfaciendo exitosamente cada encargo. Los napolitanos orgullosos de haber escrito algunas de las canciones más populares de aquella época lo consideraban como uno de los menos favoritos, por el simple hecho de ser “extranjero”. A lo largo de su estadía, tuvo que enfrentarse a situaciones injustas que alcanzaron el clímax cuando falleció su mujer, entre ellas la negativa a que sus mejores óperas sean puestas en escena en el San Carlo debido a las muertes y desastres ocurridos cuando el gobierno de Nápoles intentó contener la marea del drama romántico asustando a los disturbios públicos. Otro de los problemas que debió enfrentar fue el constante rechazo a que tomara el puesto de Director del Conservatorio. De esta época resaltan Le fille du regiment y el drama Anna Bolena.
Por estos motivos, Donizetti determinó marcharse de Italia. Así, en 1838, Nápoles perdió al compositor cuyas deslumbrantes óperas habían formado parte de los mayores éxitos de dicha época: L’elisir d’amore (1832), La favorita (1833), Lucrezia Borgia (1833), Maria Stuarda (1834) sobre cuya música Donizetti fue obligado a anexar un texto menos inquietante, Roberto Devereux (1837) y, superior a todas las anteriores, Lucia di Lammermoor (1835), la ópera que obtuvo mayor éxito que ninguna otra. En 1843, llegó a París la última y más momentánea comedia del compositor: Don Pasquale, la cual no sólo alcanzó el éxito con un elenco sin igual (Grisi, Mario, Tamburini, Lablache) sino que también tuvo el honor de ser integrada a la gran tradición italiana de óperas cómicas.

Fue también una despedida para el compositor, pues durante décadas él había estado sufriendo de fiebre continua, dolores de cabeza y náuseas, acompañadas de una arritmia cerebral. En 1845 sobrevino una parálisis seguida de demencia. Hasta su muerte en 1848, permaneció aislado por voluntad propia y testarudez.

Vincenzo Bellini
Vincenzo Salvatore Carmelo Francesco Bellini nació en  Catania, Sicilia, Reino de las Dos Sicilias, el 3 de noviembre de 1801 , y falleció en Puteaux, Francia, 23 de septiembre de 1835.
Hijo del organista Rosario Bellini, recibió las primeras lecciones de música de su padre y de su abuelo, Vincenzo Tobia. Bellini fue un niño prodigio y cuenta la leyenda que a los dieciocho meses era capaz de cantar un aria de Valentino Fioravanti, que comenzó a estudiar teoría musical a los dos años de edad, piano a los tres y que a los cinco era capaz de tocarlo con soltura. Su primera composición data de cuando tenía seis años.
Con una beca que le proporcionó el Duque de San Martino ingresó en Colegio de San Sebastián de Nápoles, donde estudió armonía con Giovanni Furno, contrapunto con Giacomo Tritto y composición con el célebre Nicola Zingarelli.
Compuso música sacra (motetes, misas, etc.), de cámara, un famoso concierto para oboe y sinfónica, pero es la ópera el género musical que le dio fama. Compuso para virtuosos del bel canto, expresión lírica que exige una gran precisión y agilidad vocal. Intentó minimizar las diferencias clásicas entre las partes cantadas y recitadas —arias y recitativos—, manteniendo la tensión dramática.
El estreno de su primera ópera, Adelson e Salvini, se produjo en 1825. Domenico Barbaia, director del Teatro de San Carlos de Nápoles y de La Scala de Milán, se interesó por ella, encargándole varias obras posteriormente.
Su obra más difundida es Norma, en la que destaca la muy célebre aria Casta Diva, donde se conjuntan la gravedad clásica con un apasionamiento muy romántico en la expresión, siendo éste uno de los grandes roles para soprano dentro del repertorio. Durante el siglo XX destacaron en este papel María Callas, que fue la más famosa Norma del siglo; y Joan Sutherland quien recuperó el carácter puramente belcantista del papel, enterrado por los excesos veristas de las generaciones de cantantes anteriores.
Luego de tratar de introducirse en el ambiente operístico de Londres con escasa resonancia, Bellini se retiró a París. En Francia le sorprendió la muerte a los 34 años, tras una breve enfermedad.
Su producción operística abarca

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