martes, 5 de febrero de 2013

Giacomo Puccini


Giacomo Puccini nació en el seno de una familia  en la cual algunos de sus miembros (desde el siglo XVIII)  habían ocupado el puesto de maestro de capilla de la catedral de Lucca. A la muerte de su padre, Michele, en 1863, el pequeño Giacomo, pese a no haber demostrado un especial talento musical, fue destinado a seguir la tradición familiar, por lo que empezó a recibir lecciones de su tío Fortunato Magi, con resultados poco esperanzadores.
Fue a la edad de quince años cuando el director del Instituto de Música Pacini de Lucca, Carlo Angeloni, consiguió despertar su interés por el mundo de los sonidos. Puccini se reveló entonces como un buen pianista y organista cuya presencia se disputaban los principales salones e iglesias de la ciudad.
En 1876, la audición en Pisa de la Aida verdiana constituyó una auténtica revelación para él; bajo su influencia, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la composición operística, aunque ello implicara abandonar la tradición familiar. Sus años de estudio en el Conservatorio de Milán le confirmaron en esta decisión. Amilcare Ponchielli, su maestro, lo animó a componer su primera obra para la escena: Le villi, ópera en un acto estrenada en 1884 con un éxito más que apreciable.


A esta le seguiría Edgar, y con su tercera ópera, Manon Lescaut, Puccini encontró ya su propia voz. El estreno de la obra supuso su consagración, confirmada por su posterior trabajo, La bohème, una de sus realizaciones más aclamadas. En 1900 vio la luz la ópera más dramática de su catálogo, Tosca, y cuatro años más tarde la exótica Madama Butterfly.

Su estilo, caracterizado por combinar hábilmente elementos estilísticos de diferentes procedencias, ya estaba plenamente configurado. 

En él la tradición vocal italiana se integraba en un discurso musical fluido y continuo en el que se diluían las diferencias entre los distintos números de la partitura, al mismo tiempo que se hacía un uso discreto de algunos temas recurrentes a la manera wagneriana. A ello hay que añadir el personal e inconfundible sentido melódico de su autor, una de las claves de la gran aceptación que siempre ha tenido entre el público.

Sin embargo, a pesar de su éxito, tras Madama Butterfly Puccini se vio impelido a renovar un lenguaje que amenazaba con convertirse en una mera fórmula. Con La fanciulla del West inició esta nueva etapa, caracterizada por conceder mayor importancia a la orquesta y por abrirse a armonías nuevas, en ocasiones en los límites de la tonalidad, que revelaban el interés del compositor por la música de Debussy y Schönberg. En la misma senda, el músico de Lucca promovió la renovación de los argumentos de sus óperas, se distanció de los temas convencionales tratados por otros compositores y abogó por un mayor realismo.

Todas estas novedades contribuyeron a que sus nuevas óperas, entre ellas las que integran Il trittico, no alcanzaran, pese a su calidad, el mismo grado de popularidad que sus obras anteriores. Su última ópera, la más moderna y arriesgada de cuantas escribió, Turandot, quedó inconclusa a su muerte. La tarea de darle un final, a partir de los esbozos dejados por el maestro, correspondió a Franco Alfano.

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